Ahora todos evocamos a ese ser fuerte, inteligente, de ojos vivos y brillantes, que se desliza por terrazas y balcones, para, precavido pero seguro de sí, entrar en la habitación y, encaramándose de un salto a la cama, exigirte dulcemente cariño. Como todo el mundo ha podido suponer, estoy hablando del gato doméstico.
Y es que nuestro pequeño gato común tiene unas costumbres muy similares a las de tantos otros felinos, como el tigre o el leopardo. No nos confunda su actual tolerancia a compartir su hábitat con nosotros e incluso con otros gatos.
Dos son los posibles ancestros del gato común, el gato salvaje africano y el gato montés. Según la mayoría de los investigadores sería el primero el que con más probabilidad dio, hace miles de años, a nuestro felino doméstico. Pues bien, este "papá" africano posee un modo de vida eminentemente solitario y un tamaño bastante parecido al del gato actual. Ambas características van a marcar muchos de sus hábitos y comportamientos. De los que, no olvidemos, será básico familiarizarnos si queremos convivir en armonía con estos felinos.
Solitario. Algunos lo llaman arisco o huraño o áspero, malhumorado, agrio, irritable... Pero no, es simplemente solitario. No pidamos peras al olmo. El gato en sus orígenes, como la mayoría de los felinos, tenía una vida aislada. Ocupaban un territorio que defendían con uñas y dientes de otros individuos de su misma especie. De ello dependía su supervivencia. Un territorio tiene unos recursos limitados de los que se vale el gato para sobrevivir. No podían ser compartidos, pues podrían no ser suficientes.
Esta característica, básica en su comportamiento, implica también una falta notable de "habilidades sociales", es decir no saben comportarse con otros animales. No están habituados a un contacto prolongado. Y es que la relación que tienen con ellos, amén de en época de celo, se reduce a huir de los predadores, ahuyentar a los intrusos o cazar y devorar a las presas. Como veis un repertorio bastante escaso que no ayuda mucho a la formación de grandes amistades.
Incluso, a propósito de la relación con los humanos, hay etólogos que afirman que en realidad al gato no se le ha domesticado sino que se acostumbraron a nuestra presencia y a nuestros regalos (comida, caricias, alojamiento) de manera que son ellos los que nos permiten vivir en "su territorio".
Alguno estará extrañado leyendo estas líneas, mientras mira a su minino que, con mucho tacto y ternura, se ha encaramado a su regazo y se deja plácidamente acariciar. A la vez que no recuerda situación alguna en la que le hiciera daño, salvo algún arañazo involuntario tal vez al dejarlo en el suelo. Pues bien, afortunadamente, esto es frecuente y se debe al proceso de domesticación. Pero también habrá mucha gente que haya recordado a su gato, al que tanto quiere y tan bien cuida, retorciéndose, arañando y mordiendo cuando no quiere juego o, tan solo, que lo toquen.
Ambas situaciones se dan y depende de varios factores: selección (hay razas más dóciles), socialización a edades tempranas, experiencias pasadas, estrés,... Por tanto debemos ser conscientes de ello cuando vayamos a adoptar un gato. Saber que su carácter puede no ser todo lo sociable que nosotros quisiéramos. Lo que implica dejarlo a su aire cuando él así lo haga saber y no utilizar el castigo, medida ésta que no servirá más que para estresarlo, lo que redundará en futuros problemas.
Así que ya saben, amantes de los gatos, quieran y déjense querer, pero acepten los límites que su mascota le pone. Nuestros gatos nos recuerdan una importante lección, aquélla que dice que el verdadero amor no espera nada a cambio.
Y es que nuestro pequeño gato común tiene unas costumbres muy similares a las de tantos otros felinos, como el tigre o el leopardo. No nos confunda su actual tolerancia a compartir su hábitat con nosotros e incluso con otros gatos.
Dos son los posibles ancestros del gato común, el gato salvaje africano y el gato montés. Según la mayoría de los investigadores sería el primero el que con más probabilidad dio, hace miles de años, a nuestro felino doméstico. Pues bien, este "papá" africano posee un modo de vida eminentemente solitario y un tamaño bastante parecido al del gato actual. Ambas características van a marcar muchos de sus hábitos y comportamientos. De los que, no olvidemos, será básico familiarizarnos si queremos convivir en armonía con estos felinos.
Solitario. Algunos lo llaman arisco o huraño o áspero, malhumorado, agrio, irritable... Pero no, es simplemente solitario. No pidamos peras al olmo. El gato en sus orígenes, como la mayoría de los felinos, tenía una vida aislada. Ocupaban un territorio que defendían con uñas y dientes de otros individuos de su misma especie. De ello dependía su supervivencia. Un territorio tiene unos recursos limitados de los que se vale el gato para sobrevivir. No podían ser compartidos, pues podrían no ser suficientes.
Esta característica, básica en su comportamiento, implica también una falta notable de "habilidades sociales", es decir no saben comportarse con otros animales. No están habituados a un contacto prolongado. Y es que la relación que tienen con ellos, amén de en época de celo, se reduce a huir de los predadores, ahuyentar a los intrusos o cazar y devorar a las presas. Como veis un repertorio bastante escaso que no ayuda mucho a la formación de grandes amistades.
Incluso, a propósito de la relación con los humanos, hay etólogos que afirman que en realidad al gato no se le ha domesticado sino que se acostumbraron a nuestra presencia y a nuestros regalos (comida, caricias, alojamiento) de manera que son ellos los que nos permiten vivir en "su territorio".
Alguno estará extrañado leyendo estas líneas, mientras mira a su minino que, con mucho tacto y ternura, se ha encaramado a su regazo y se deja plácidamente acariciar. A la vez que no recuerda situación alguna en la que le hiciera daño, salvo algún arañazo involuntario tal vez al dejarlo en el suelo. Pues bien, afortunadamente, esto es frecuente y se debe al proceso de domesticación. Pero también habrá mucha gente que haya recordado a su gato, al que tanto quiere y tan bien cuida, retorciéndose, arañando y mordiendo cuando no quiere juego o, tan solo, que lo toquen.
Ambas situaciones se dan y depende de varios factores: selección (hay razas más dóciles), socialización a edades tempranas, experiencias pasadas, estrés,... Por tanto debemos ser conscientes de ello cuando vayamos a adoptar un gato. Saber que su carácter puede no ser todo lo sociable que nosotros quisiéramos. Lo que implica dejarlo a su aire cuando él así lo haga saber y no utilizar el castigo, medida ésta que no servirá más que para estresarlo, lo que redundará en futuros problemas.
Así que ya saben, amantes de los gatos, quieran y déjense querer, pero acepten los límites que su mascota le pone. Nuestros gatos nos recuerdan una importante lección, aquélla que dice que el verdadero amor no espera nada a cambio.
con ellos aunque no esperes nada a cambio te regalan amor aunque a su manera
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