Ir caminando y que se te cruce un gato tal vez sea una de esas situaciones que tenemos en común la inmensa mayoría de los humanos. Da igual la latitud o la longitud en la que nos encontremos (descartemos los polos) el gato nos acompaña allá donde formemos un campamento, un pueblo o una ciudad.
Tampoco encontraríamos muchas diferencias si
comparáramos la actualidad con tiempos pasados, incluso miles de años atrás.
Hace mucho ya que el gato se dio cuenta que nuestros graneros y vertederos
atraían roedores y otros animales ideales para su dieta carnívora.
Nuestros ancestros estuvieron encantados con sus
nuevos vecinos. Un gato con la cola de una rata colgando de su boca despertaría
más de una sonrisa y la simpatía de la mayoría. Así los gatos no fueron
molestados, se les permitió criar y pudieron campar a sus anchas por los
poblados.
Poco a poco, generación tras generación, el pequeño felino se fue acostumbrando a la presencia de los humanos, a su cercanía, a sus juegos, a sus caricias, al calor de sus hogueras y claro, una vez aquí, no le costó mucho acostumbrarse a sus camas y sofás. Aunque esto último ocurrió no hace tanto tiempo.
Si atendemos al "hábitat" en el que viven, podemos encontrar tres tipos de gato en nuestros pueblos y ciudades: tenemos el gato callejero, sin dueño ni residencia fija. También está el gato de casa, que hace su vida íntegramente en ella. Y tenemos un híbrido entre ambos, lo que podríamos llamar el gato de casa con “ventanas abiertas”.
Mis gatos son de este último tipo. Sé que corro el
riesgo de que les pase algo cuando salen, pero también sé que si no les dejo
salir su calidad de vida no sería la adecuada.
Con uno de ellos se da una curiosa circunstancia y
es que me temo que lo compartimos con, al menos, una familia más. Hace un
tiempo empezó a engordar y eso que en casa no comía demasiado, ni siquiera
venía todas las noches a dormir. Empezamos a sospechar que nos era “infiel”. Un día se confirmaron nuestras suposiciones: vino con un collar
diferente, una monada la verdad. Lógicamente volvimos a cambiarle el collar lo antes posible, para dejar claro que ese
gato ya tenía dueño.
Fehu, que así se llama (al menos en mi casa), representa la evolución del animal salvaje en contacto con el hombre, disfrutando de las ventajas de la vida libre y la seguridad y recursos de sus casas humanas.
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